1910 también fue tiempo de mujeres…

En 1910, cuando la Revolución Mexicana comenzaba a agitar las tierras y los destinos de un país, también era el tiempo de mujeres valientes. En Teloloapan, Guerrero, una joven desafiaba las normas y los prejuicios sosteniendo una cámara como si fuera una extensión de sí misma. Sara Castrejón, de mirada resuelta y corazón inquebrantable, capturaba con su lente escenas que otros preferían ignorar. Ella no sólo observaba la Revolución; la registraba, inmortalizando el caos, el dolor y la esperanza que llenaban las calles de su pueblo.

Nacida en 1888, en una familia tradicional que esperaba de ella roles convencionales, Sara desafió el camino trazado para dedicarse a la fotografía. En un acto de osadía viajó a la Ciudad de México a los 18 años, dejando atrás la tranquilidad de su hogar para aprender un oficio que pocas mujeres se atrevían a abordar. Al regresar a Teloloapan, lejos de esconderse como muchas de sus contemporáneas, Castrejón decidió quedarse y documentar el conflicto armado que desgarraba a su país. Con su cámara Graflex en mano, se adentró en un terreno peligroso, capturando tanto la intensidad de las batallas como la cotidianidad y la humanidad de las tropas.

La obra de Sara es más que un testimonio bélico; es un retrato profundo de resistencia. Sus imágenes no son meras capturas de la violencia, sino reflejos de la humanidad atrapada en el vórtice de la guerra. En cada rostro fotografiado por ella hay esperanza, desolación y valentía, narrando historias que las palabras a menudo no alcanzan a expresar. Gracias a su mirada, estos fragmentos de vida permanecen congelados en el tiempo, ofreciendo una ventana a las emociones y dilemas de quienes lucharon.

A pesar de su valentía, Sara Castrejón enfrentó el rechazo y las dudas de su propia comunidad. Muchas personas cuestionaban sus elecciones y otras miraban con escepticismo cómo, sin más armas que su cámara y su convicción, documentaba un conflicto que no distinguía entre hombres y mujeres. Sin embargo, Sara siguió adelante, enfrentando no sólo la brutalidad de la guerra, sino también los obstáculos impuestos por una sociedad que no estaba preparada para aceptar la fuerza, la disciplina y el deseo de registrar la historia.

Aunque gran parte de su obra se dispersó tras su muerte en 1962, el legado de Sara Castrejón perdura, testificando su papel como la primera fotógrafa de guerra del mundo. Fue solo décadas después de su muerte que su trabajo comenzó a recibir el reconocimiento merecido, y hoy se le considera pionera, tanto de la fotografía como de la rebelión feminista en México. Su obra, que aún puede admirarse en algunas colecciones, nos recuerda que las mujeres también son constructoras de la memoria y la historia, con una mirada tan poderosa como cualquier otra.

Sara Castrejón dejó un testimonio de resistencia, una lección de que incluso en los tiempos más oscuros, el arte y la verdad pueden ser un acto de insurrección. Su vida y obra siguen hablando a través del tiempo, preservando la dignidad y el coraje de una mujer que, con cada disparo de su cámara, capturó no sólo imágenes, sino la lucha de su propia alma y la de toda una nación.

Caminar por las calles de Teloloapan e Iguala, donde Sara una vez vivió y trabajó, es encontrarse con un pasado que se siente muy presente. Sus imágenes siguen hablándonos, sus retratos nos miran desde un tiempo lejano, pero que, gracias a su lente, nunca se ha desvanecido por completo.